Tabla de contenido
¿Cómo nace el desierto?
Se forman debido a grandes barreras montañosas que impiden la llegada de nubes húmedas en las áreas a sotavento (o sea, protegidas del viento, que trae la humedad). A medida en que el aire sube por la montaña, el agua se precipita y el aire pierde su contenido húmedo. Así, se forma un desierto en el lado opuesto.
¿Cómo era el Sahara hace 10.000 años?
Hace mucho, mucho tiempo, el Sáhara era verde. Había grandes lagos, los hipopótamos y las jirafas rondaban por allí y grandes poblaciones de pescadores se alimentaban junto a las orillas de los lagos.
¿Que hay bajo el desierto del Sahara?
Cuando uno piensa en el Sahara, el desierto no polar más grande del mundo, suele imaginar un gigante páramo de arena que parece extenderse hasta el infinito. Pero un nuevo estudio muestra que el Sahara esconde algo inesperado: cientos de millones de árboles. No se trata de bosques, sino de árboles solitarios.
¿Qué hacer en medio del desierto?
El desierto es una buena oportunidad para profundizar en nuestra relación y comunión con Cristo, pues Él es la verdadera y más grande provisión de Dios para sus hijos en medio del desierto. Solamente mira a Jesús y confía en Él. ¿Estás dispuesto a hacer esto en medio del desierto? Imagen: Unsplash.
¿Qué dice la Biblia sobre el desierto?
“El te humilló [en el desierto], y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías… para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor” ( Dt. 8:3, cursivas añadidas). El desierto es un lugar de transformación.
¿Por qué nuestro pueblo murió en el desierto?
En el desierto, donde toda fuente de seguridad y estabilidad desaparece, se hace evidente que necesitamos al Señor. Debemos conocer que Él es nuestro Dios. Por eso es importante recordar que el pueblo que murió en el desierto, no murió debido al hambre ni por lo duro de la prueba ( Dt. 8:4 ), sino porque no creyeron en la Palabra de Dios ( Nm.
¿Por qué atravesamos un desierto?
Cuando atravesamos un desierto –una crisis nacional, eclesial, familiar, o personal– solemos pensar que todo se trata de un ataque del enemigo, algo que no debería suceder y que no deberíamos aceptar.